EL
LIBRO TIBETANO DE LOS MUERTOS
COMENTARIO
PSICOLÓGICO.
Por el Dr. C. G. Jung1
Según la versión inglesa de
R. F. C. Hull, del Das Tibetanische Totenbuch.
Antes de embarcarme en el
comentario psicológico, me agradaría decir unas pocas palabras
sobre el texto mismo. El Libro Tibetano de los Muertos, o el
Bardo Thödol*1,
es un libro de instrucciones para los difuntos y los moribundos. Como
El Libro Tibetano de los Muertos,
tiende a ser una guía del difunto en el periodo de su existencia en
el Bardo*2,
descrita simbólicamente como un estado intermedio de cuarenta y
nueve días de duración entre la muerte y el renacimiento. El texto
se divide en tres partes. La primera parte, llamada Chikhai
Bardo, describe
los acontecimientos psíquicos del momento de la muerte. La segunda
parte, o Chönyid Bardo,
trata sobre e estado onírico que sobreviene inmediatamente después
de la muerte, y sobre las llamadas “ilusiones kármicas”.
La tercera parte, o Sidpa Bardo,
concierne al asalto del instinto natal y de los acontecimientos
prenatales. Es característico que la intuición y la iluminación
supremas, y por ende la máxima posibilidad de alcanzar la
liberación, se asignan durante el proceso real de morir.
Inmediatamente después, comienzan las
“ilusiones” que, a su tiempo, conducen a la reencarnación, a las
luces iluminativas que se tornan cada vez más débiles
y variadas, y a las visiones terroríficas en constante incremento.
Este descenso ilustra la enajenación de la conciencia respecto de la
verdad liberadora al aproximarse cada vez más al renacimiento
físico. El propósito de la instrucción es fijar la atención al
difunto, en cada etapa sucesiva de ilusión y engaño, sobre la
siempre presente posibilidad de la liberación, y explicarle la
naturaleza de sus visiones. El
lama recita el texto del Bardo Thödol en presencia del cadáver.
Pienso que no podría saldar
mejor mi deuda de agradecimiento con los traductores anteriores del
Bardo Thödol, el extinto lama Kazi Dawa Samdup y el Dr,
Evans-Wentz, que intentando, con la ayuda de un comentario
psicológico, vuelven un poco más inteligible para la mente
occidental el magnifico mundo de ideas y los problemas contenidos en
este tratado. Estoy seguro que todos cuantos lean este libro con
suma atención permitiéndose que se grabe en ellos sin prejuicios,
cosecharán una rica recompensa.
El
Bardo Thödol, al que
su editor, el Dr. Evans-Wentz, denominó apropiadamente “ Chikhai
Bardo”, causó
considerable conmoción en los países de hable inglesa cuando
apareció por primera vez, en 1.927. pertenece a esa clase de
escritos que no sólo son interesantes para los especialistas en
budismo Maháyana, sino que también, debido a su honda humanidad y a
su intuición aún más honda de los secretos de la psique
humana, constituyen una especial apelación al laico que busca
ampliar su conocimiento de la vida. Durante años, desde su
primera edición, el Bardo Thödol
fue mi compañero constante, y no sólo de debo muchas ideas y
descubrimientos estimulantes, sino también muchas intuiciones
fundamentales. A diferenciad el Libro Egipcio de los
Muertos, que siempre nos incita
a decir demasiado o demasiado poco, el Bardo Thödol
nos ofrece una filosofía inteligible dirigida más bien a los seres
humanos que a los dioses o los salvajes primitivos. Su filosofía
contiene la quintaesencia de la crítica psicológica budista; y como
tal puede decirse que es de una superioridad sin parangón. No sólo
las deidades “iracundas” sino también las “pacíficas” se
conciben como proyecciones sangsáricas de la psique humana, idea que
al europeo ilustrado le parece demasiado evidente, porque le recuerda
sus propias simplificaciones banales. Pero aunque el europeo pueda
explicar fácilmente estas deidades como proyecciones, sería
enteramente incapaz de postularlas al mismo tiempo como reales. El
Bardo Thödol puede
hacer eso porque, en algunas de sus premisas metafísicas más
esenciales, deja en desventaja tanto al europeo ilustrado como al que
no lo es. El no expreso y siempre presente postulado del Bardo
Thödol es el carácter anti
teóricas de todas las
aseveraciones metafísicas, y asimismo la idea de la diferencia
cualitativa
de los diverso niveles de la consciencia, y de las realidades
metafísicas que aquéllos condicionan.
El fondo de este libro inusual no
es la mezquina alternativa
europea sino una unión magníficamente afirmativa. Esta afirmación
quizá parezca contraria
al filósofo occidental, pues Occidente ama lo claro y
lo conciso;
en consecuencia, un filósofo adhiere a la posición de “Dios
existe”, mientras otro adhiere igualmente, con fervor, a la
negación de “Dios no existe”. ¿Qué harían estos hermanos
hostiles con una afirmación como la siguiente?:
“Reconociendo al vacío de tu propio intelecto como el Estado Búdico,
y conociéndolo al
mismo tiempo como tu propia consciencia, morarás
en el estado de la
mente divina del Buda”.
Me
temo que esta aserción no
sea bien recibida por nuestra filosofía ni nuestra teología
occidental. El Bardo Thödol
es, en su visión,
psicológico en sumo grado; entre nosotros, la filosofía y la
teología se hallan aún en la etapa pre-psicológica medieval en la
que sólo se escuchan, explican, defienden, critican y discuten las
aseveraciones, mientras la autoridad que las formula, por consenso
general, ha sido excluida como si estuviese fuera del alcance de la
discusión.
Sin embargo, las aserciones
metafísicas son exposiciones de la psique y por lo tanto,
psicológicas. A la mente occidental, que compensa sus bien
conocidos sentimientos de resentimiento con una servil consideración
hacia las explicaciones “racionales”, esta verdad evidente le
parece demasiado evidente, o la ve como una inadmisible negación de
la ”verdad”. Toda vez el occidental oye la palabra “psicólogo”,
le suena siempre como “sólo psicólogo”. El 'alma' es para él
algo lastimosamente pequeño, indigno personal, subjetivo, y un
montón de cosas más. Por lo tanto, prefiere usar la palabra
'mente' en su lugar, aunque al mismo tiempo fingir que una afirmación
que de hecho sea muy subjetiva la formula ciertamente la 'mente',
naturalmente la 'Mente Universal', o incluso –si se lo apura– el
mismo 'Absoluto'. Esta presunción mas bien ridícula es
probablemente una compensación por la lamentable pequeñez del alma.
Asimismo, parece como si Anatole France hubiese expresado cuando, en
su Isla de los Pingüinos, Catalina de Alejandría ofrece a
Dios este consejo: “¡Dadles un alma, pero pequeña!”.
Es el alma la que, por el
divino poder creador inherente a ella, formula la aserción
metafísica; ella postula las distinciones entre las entidades
metafísicas. Ella es no sólo la condición de toda la realidad
metafísica, sino que es esa realidad2.
El Bardo Thödol
comienza con esta gran verdad
psicológica. El libro no es un ceremonial de sepelio, sino un
conjunto de instrucciones para los difuntos, una guía a través de
os cambiantes fenómenos del reino del Bardo,
ese estado de la existencia
que continúa durante 49 días después de la muerte, hasta la
próxima encarnación. Si desmechados por el momento la temporalidad
superior del alma (que Oriente acepta como un hecho auto-evidente),
como los lectores del Bardo Thödol
podremos ponernos sin
dificultad en el lugar de difunto, y consideraremos atentamente la
enseñanza expuesta en la parte inicial, esbozada en la cita
anterior. A esta altura, se pronuncian las palabras siguientes, no
con presunción, sino de manera cortés:
“Oh, noblemente nacido
(Fulano de Tal), escucha.
Ahora estás experimentando
el Resplandor de la
Clara Luz de la Realidad
Pura. Reconócela. Oh,
noblemente nacido, tu
intelecto actual, vacío en su
naturaleza real, en nada
formado con respecto a
características o color,
naturalmente vacío es la
Realidad
misma. El Todo Bueno*3.
“Tu
intelecto, que ahora es
vacío, sin embargo no ha
de ser considerado como
perteneciente al vacío de
la nada, sino como el
intelecto mismo, in obstruido,
brillante, emocionante y
feliz, es la conciencia misma,
el Buda Todo Bueno.
Estas captaciones es el estado
Dharmakáya de la iluminación perfecta; o, como deberíamos
expresarlo en nuestro lenguaje, la base creadora de toda aserción
metafísica es la conciencia, como la manifestación invisible e
intangible del alma. El 'Vacío' es el estado que trasciende toda
aserción y todo predicado. La plenitud de sus manifestaciones
discriminatorias yace aún latente en el alma.
El Texto continua:
“Tu consciencia, brillante,
vacía e inseparable del Gran Cuerpo
del Resplandor, no tiene
nacimiento ni muerte, pues es la Luz
Inmutable: Buddha Amitabha”.
El
alma [o, como aquí, nuestra propia consciencia] con seguridad no es
pequeña, sino la radiante Deidad misma. Occidente halla
peligrosísima esta afirmación, [como
una] si
no categóricamente blasfemia, o la acepta [como]
irreflexivamente
y entonces sufre de arrogancia
teosófica. De algún modo,
siempre tenemos una actitud equivocada respecto de estas cosas. Pero
si nos podemos controlar lo suficiente como para abstenernos de
nuestro error principal de
querer siempre hacer algo con las cosas y darles una utilidad
práctica, tal vez logremos aprender una importante lección de estas
enseñanzas, o por lo menos apreciar la grandeza del Bardo
Thödol, que otorga al difunto
la verdad última y excelsa: que hasta los dioses son el resplandor y
el reflejo de nuestras propias almas. De ese modo, ni el sol se
eclipsa
para el oriental, como le ocurriría al cristiano, que
se sentirá despojado de su Dios; por el contrario, su alma es la luz
de la Deidad, y la Deidad es el alma. Oriente puede sostener mejor
esta paradoja que el infortunado Angelus Silesius, que incluso hay en
día estaría psicológicamente mucho más adelantado que su tiempo.
En
el Bardo Thödol
aclara al difunto con
fuerza evidente la primacía
del alma, pues eso es lo único que la vida no nos aclara. Estamos
tan cercados por las cosas que nos empujan y oprimen que nunca
tenemos oportunidad, en medio de todas estas cosas “dadas” de
preguntarnos por quién son “dadas”. El difunto se libera de
este mundo de cosas “dadas”; y el fin
de la instrucción es ayudarle en pos de esa liberación. Si nos
ponemos en su lugar, obtendremos con ello una no menor recompensa,
puesto que desde los primeros párrafos mismos aprendemos que el
“dador” de todas las cosas “dadas” habita
dentro de nosotros. Esta es una verdad que frente a toda evidencia,
tanto en las cosas más grandes como en las más pequeñas, jamás se
conoce, aunque a menudo es para nosotros tan sumamente necesario, en
verdad tan sumamente vital, que la conozcamos. Con seguridad, tal
conocimiento es apto sólo para los contemplativos que se proponen
entender el fin de la existencia, para quienes son gnósticos por
temperamento y, por tanto, creen en un salvador que, como el salvador
de los mandeanos, llámese “gnósis de la vida” (manda
d'hajie). Quizá no se lo
conceda a muchos de nosotros ver el mundo como algo “dado” por la
naturaleza misma del alma, se necesita una gran inversión del punto
de vista, que exige mucho sacrificio. Es tanto más directo, más
dramático e impresionante, y por tanto más convincente, ver que
todas las cosas me suceden, que observar cómo yo las hago suceder.
En verdad, la naturaleza animal del hombre le hace resistirse a veces
como el hacedor de sus circunstancias. He aquí por qué los
intentos de esta índole fueron siempre objetos de iniciaciones
secretas, culminando por regla general en una muerte
figurada que simbolizaba el carácter total de esta inversión. Y,
de hecho, la instrucción dada en el Bardo Thödol
sirve para recordar al
difunto las experiencias de su iniciación y las enseñanzas de su
maestro, pues, en el fondo, la instrucción es nada menos que una
iniciación de los muertos en la vida en el Bardo,
tal como la iniciación de los vivos fue una preparación para e Más
Allá. Así ocurrió al menos con todos los cultos de los misterios
de las civilizaciones antiguas, desde la época de los misterios
egipcios y eleusianos. Sin embargo, en la iniciación de los vivos,
este “Más Allá” no es un mundo más allá de la muerte, sino
una inversión de las intenciones y actitudes mentales, un “Más
Allá” psicológico
o, en términos cristianos, una 'redención' de las redes
del
mundo y del pecado. La redención es una separación y liberación
de una previa condición de oscuridad e inconsciencia,
y conduce a una condición de iluminación y liberación, a una
victoria y trascendencia sobre todo lo “dado”.
Hasta
aquí el Bardo Thödol,
como también lo piensa el
Dr. Evans-Wentz, es un proceso iniciático cuya finalidad es
restaurar en el alma la divinidad que aquella perdió al nacer.
Ahora bien, es una característica de la literatura religiosa
oriental que la enseñanza empieza invariablemente con el tópico más
importante, con los principios últimos y supremos que, entre
nosotros llegarían últimos como por ejemplo en Apuleyo, donde
Lucius es adorado como Helios sólo recién al final. En
consecuencia, en el Bardo Thödol,
la iniciación es una serie
de clímax en disminución, que terminan con el renacimiento en el
útero. El único 'proceso iniciático' que aún vive y se practica
hoy en día en Occidente es el análisis el inconsciente como lo
emplean los doctores con fines terapéuticos. Esta penetración en
los estamentos de la consciencia es una suerte fe mayéutica racional
en el sentido socrático, una manifestación del contenido psíquico
que es todavía germinal, subliminal e incluso in-nacido.
Originalmente, esta terapia tomó a forma de psicoanálisis freudiano
y se preocupó principalmente de las fantasías sexuales. Este es el
reino que corresponde a la región última y más baja del Bardo,
conocida como el Sidpa Bardo,
donde el difunto, incapaz de aprovechar las enseñanzas del Chikhai
Bardo y del Chönyid
Bardo, empieza a caer presa de
fantasías sexuales y es atraído por la visión de parejas que
copula. A su tiempo, es atrapado por un útero y nace nuevamente en
el mundo terreno. Mientras tanto, como es posible esperar, comienza
a funcionar el complejo de Edipo. Si su karma le destina a renacer
como hombre, se enamorará de su futura madre, y hallará odioso y
repulsivo a su padre. A la inversa, la futura hija será fuertemente
atraído por su futuro padre, y se sentirá repelida respecto de su
madre. El europeo atraviesa este dominio específicamente freudiano
cuando su contenido inconsciente es traído a la luz bajo el análisis
pero marcha en dirección inversa. Viaja hacia atrás a través del
mundo de la fantasía infanto-sexual hasta el útero. Incluso se ha
sugerido en círculos psicoanalíticos que el trauma
por excelencia es la experiencia natal misma, y es más, hasta hay
psicoanalistas que afirman haber comprobado recuerdos pasados
de origen intrauterino. Aquí la razón occidental llega a su
limite, lamentablemente. Digo 'lamentablemente' porque uno más bien
desea que el psicoanálisis freudiano pudiese haber proseguido
felizmente estas denominadas
experiencias intrauterinas mucho más atrás todavía; si hubiese
logrado buen éxito en esta audaz empresa, con seguridad habría
salido más allá del Sidpa Bardo
y penetrando por detrás en los tramos inferiores del Chöyid
Bardo. Es cierto que con el
equipo de nuestras ideas biológicas existentes tal aventura no
habría sido coronada por el triunfo; se necesitaría un género
totalmente diferente de preparación filosófica del basado en
postulados científicos corriente. Pero si ese viaje hacia atrás se
hubiese proseguido en
coherencia,
sin duda habría conducido al postulado de una existencia
pre-uterina, una verdadera vida en el Bardo,
si sólo hubiese sido posible hallar por lo menos algún vestigio de
un sujeto de la experiencia. Tal como ocurrió, los psicoanalistas
nunca trascendieron las huellas puramente conjeturales de las
experiencias intrauterinas, y hasta el famoso 'trauma del nacimiento'
ha seguido siendo una evidente perogrullada que ya no puede explicar
nada, como tampoco lo puede la hipótesis de que la vida es
una evidente perogrullada que ya no puede explicar nada, como tampoco
lo puede la hipótesis de que la vida es una enfermedad con un mal
pronostico porque su resultado es siempre fatal.
El
psicoanálisis freudiano, en todos los aspectos esenciales,
jamás fue más allá de desembarazarse de las fantasías sexuales y
de similares tendencias 'incompatibles' que causan ansiedad y otros
estados afectivos. No obstante, la teoría de Freud es el primer
intento efectuado por Occidente para investigar, como si fuese desde
abajo, desde la esfera animal del instinto, desde el territorio
psíquico que corresponde, en el lamaísmo tántrico, al Sidpa
Bardo. Un muy justificable
temor por la metafísica impidió a Freud penetrar en le esfera de
los 'oculto'. Además de esto, el estado Sidpa,
si hemos de aceptar la psicología Sidpa Bardo,
se caracteriza por el fiero viento del karma, que hace girar al
difunto hasta que éste llega a la 'puerta del útero'. En otras
palabras, el estado Sidpa
no permite volver atrás, porque está sellado respecto del estado
Chönyid por un tirar
fuerte hacia abajo, hacia la esfera animal del instinto y del
renacimiento físico. Vale decir, cualquiera que penetre en el
inconsciente con postulados puramente biológicos se adhiera a la
esfera instintiva y no podrá avanzar más allá de ella, pues será
empujado
una y otra vez, hacia atrás, hacia la existencia la
existencia física. Por tanto, a la teoría freudiana no le es
posible llegar a nada salvo a una evaluación esencialmente negativa
del inconsciente. Se trata de un 'nada...salvo' el inconsciente
colectivo dentro de mi. Al mismo tiempo, deberá admitirse que este
criterio sobre la psique es típicamente occidental, y que se lo
expresó con más alboroto, lisa y despiadadamente que como otros se
hubieran atrevido a expresarlo, aunque en el fondo no piensen
distinto. En cuanto a lo que la 'mente' significa a este respecto,
sólo podemos abrigar la esperanza de que importante convicción.
Pero, como hasta Max Scheler lo señalo con pesar, el poder de esta
'mente', para decir lo menos sobre esto, es dudoso.
Pienso,
entonces, que podemos declarar esto como hecho; que, con ayuda del
psicoanálisis, la mente racionalista
de Occidente pujó hacia adelante en lo que podría llamarse el
neuroticismo del estado Sidpa,
y que fue llevada a un alto inevitable por
el postulado carente de crítica de que todo lo psicológico es
subjetivo y personal. Aun así, este avance ha sido una gran
ganancia, en la medida en que nos capacitó para dar un paso más
detrás de nuestras vidas conscientes. Este conocimiento también nos
sugiere cómo debemos leer el Bardo Thödol,
es decir, hacia atrás. Si
con la ayuda de nuestra ciencia occidental, hemos logrado hasta
cierto punto entender el carácter psicológico del Sidpa
Bardo, nuestra próxima tarea es
ver si podemos hacer algo con el Chönyid Bardo
precedente.
El
estado Chönyid es de ilusión kármica, es decir, ilusiones que
resultan de los residuos psíquicos
de existencias anteriores. Según
el criterio oriental, karma implica una serie de teoría psíquica de
la herencia, basada en la hipótesis de la reencarnación, que en
última instancia es una hipótesis de la cualidad
superior del alma. Ni
nuestro conocimiento científico ni nuestra razón pueden concordar
con esta idea, hay demasiadas condiciones y advertencias. Sobre
todo, sabemos desesperadamente poco sobre las posibilidades de una
existencia continuada del alma individual después de la muerte, tan
poco que ni siquiera podemos concebir cómo
alguien podría probar siquiera algo a este respecto. Además,
sabemos demasiado bien, sobre bases fundamentadas, que tal prueba
sería precisamente tan imposible como la prueba de Dios. De allí,
que aceptamos de manera
cautelar la idea del karma sólo si la entendemos como herencia
psíquica en el sentido más amplio de la palabra.
La
herencia psíquica existe, es decir, hay una herencia de
características psíquicas tales como la predisposición a la
enfermedad, los rasgos del carácter, los dones especiales, y demás.
Esto no contradice
la naturaleza psíquica de estos hechos complejos si
la ciencia natural los reduce a lo que parecen ser aspectos físicos
(estructuras nucleares en células, etc.). Son fenómenos esenciales
de la vida que se expresan, en su mayor parte, psíquicamente, tal
como hay otras características heredadas, que se expresan, en su
mayor parte, fisiológicamente, en el nivel físico. Entre estos
factores psíquicos heredados hay una clase especial que no se reduce
a la familia ni a la raza. Estas son las disposiciones universales
de la mente, y han de entenderse como análogas a las formas (eidola)
de Platón, de acuerdo con las cuales la mente organiza su contenido.
Asimismo, podría describirse estas formas como categorías
análogas a las categorías lógicas que están siempre y por doquier
presentes como postulados básicos de la razón. Sólo en el caso de
nuestras 'formas' no tratamos sobre categorías de la razón sino
sobre categorías de la imaginación.
Como los productos de la
imaginación son siempre visuales en esencia, sus formas deberían,
desde el comienzo, tener e carácter de imágenes y, además de
imágenes típicas, y he aquí por que, siguiendo a san Agustín, las
llamo 'arquetipos'. La religión y la mitología comparadas son
ricas canteras de arquetipos, y lo mismo ocurre con la psicología de
los sueños y psicosis. El asombroso paralelismo entre estas
imágenes y la ideas a las que sirven para que se expresen,
frecuentemente dio pie
a las más salvajes teorías migratorias, aunque
habría sido mucho más natural pensar en la notable semejanza de
la psique humana en todos los tiempos y en todos os lugares. Las
formas fantásticas arquetípicas se reproducen, de hecho,
espontáneamente en cualquier tiempo y en cualquier lugar, sin que
existe ninguna huella concebible de transmisión directa. Los
originales componentes estructurales de la psique son de uniformidad
no
menos sorprendente que los del cuerpo visible. Por así decirlo, los
arquetipos son órganos de la psique pre-racional. Son formas e
ideas eternamente heredadas que, el
principio, no tienen contenido específico. Su contenido especifico
sólo aparece en el curso de la vida del individuo, cuando
precisamente se asume la experiencia personal en estas formas. Si
los arquetipos no fuesen preexistente en idéntica forma por doquier,
¿cómo podría explicarse el hecho, postulado casi a cada rato por
el Bardo Thödol, de
que los difuntos no saben que están muertos, y que esta aseveración
ha de encontrarse, precisamente con tanta frecuencia en la poco
juiciosa y sombría literatura del espiritualismo europeo y
americano? Aunque encontremos la misma afirmación en Swedenborg, es
difícil que el conocimiento de sus escritos se haya esparcido lo
suficiente como para que esta
pequeña información la haya
tomado cada 'medium' de aldea. Y no puede penarse en una conexión
entre lo Swedenbirg y el Bardo Thödol.
Es una idea primordial y universal que los difuntos simplemente
continúan su existencia terrenal y no saben que son espíritus
desencarnados: idea arquetípica
que entra en inmediata manifestación visible cuando alguien ve un
fantasma. También es significativo que los fantasmas de todo el
mundo tengan ciertos rasgo en común. Soy naturalmente consciente de
la in demostrable
hipótesis espiritualista, aunque no deseo hacerla propia. Debo
contentarme con la hipótesis de una estructura psíquica
omnipresente pero diferencia, que se hereda y que necesariamente da
cierta forma y dirección a toda experiencia. Pues, así así como
los órganos del cuerpo no son meros terrones de materia indiferente
y pasiva, sino complejos dinámicos y funcionales que se afirman con
imperiosa urgencia, de igual
modo, también los arquetipos, como órganos de la psique, son
complejos dinámicos e instintivos que determinan la vida psíquica
hasta un grado extraordinario. He aquí por qué también los llamo
dominantes del
inconsciente. Al estrato de
la psique inconsciente que está compuesto por estas formas dinámicas
universal lo denominé inconsciente colectivo.
Hasta
donde yo conozco, no hay herencia de recuerdos individualidades
prenatales o preuterinos, pero sin duda hay arquetipos
heredados que sin embargo están vacíos de contenido porque, para
empezar, no contienen experiencias personales. Sólo emergen en la
conciencia cuando las experiencias personales los hicieron visibles.
Como vimos, la psicología del Sidpa
consiste en querer vivir y nacer. (El Sidpa Bardo
es el 'Bardo de la búsqueda de renacimiento). Por tanto, tal estado
excluye cualquier experiencia de realidades psíquicas
transubjetivas, a no ser que el individuo rehúse categóricamente
nacer de nuevo en el mundo de
la consciencia. Según las enseñanzas del Bardo Thödol,
aún le es posible, en cada uno de los estados del Bardo,
alcanzar el Dharmakáya
trascendiendo el Monte Meru de cuatro caras, siempre que no ceda a su
deseo de seguir las 'luces oscuras'. Esto equivale a decir que el
difunto deberá resistir desesperadamente los dictados de la razón,
como nosotros la entendemos, y renunciar a la supremacía del
egoísmo, considerada como sacrosanta por la razón. Lo que en la
práctica esto significa es una completa capitulación ante los
poderes objetivos de la psique, con todo lo que esto tiene de
secuela; un género de muerte simbólica, correspondiente al juicio
de los Muertos en el Sidpa Bardo.
Significa el fin de toda conducta moralmente responsable, consciente
y racional de la vida, y una voluntaria sumisión a lo que el Bardo
Thödol llama 'ilusión
kármica'. La ilusión kármica brota de la esencia en un mundo de
visiones, de naturaleza extremadamente irracional, que ni concuerda
con nuestros juicios racionales ni deriva de éstos, sino que es e
producto exclusivo de la imaginación libre de inhibiciones.
Es
puro
sueño o 'fantasía', y toda persona bienintencionada se precaverá
instantáneamente contra eso; pero tampoco podrá apreciarse a
primera vista cuál es la diferencia entre los fantasmas de esta
índole y las fantasmagorías de un lunático. Muy a menudo sólo se
necesita un leve descenso de
nivel para desatar este mundo de la ilusión.
El
terror y la oscuridad de este momento tiene su equivalente en
las experiencias descritas en las partes iniciales del Sidpa
Bardo. Pero el
contenido de este Bardo
revela también los arquetipos, la imágenes kármicas
que aparecen primero en su forma aterrorizadora. El estado Chönyid
es equivalente a una psicosis inducida deliberadamente.
Con
frecuencia se oye y lee sobre los peligros del yoga,
particularmente del mal resultado Kundalini yoga.
El estado psicótico
inducido deliberadamente, que en ciertos individuos inestables
conduciría fácilmente a una real psicosis, es un peligro que es
menester tomar muy en serio. Estas cosas son realmente peligrosas y
no deben tener injerencias en nuestra modalidad típicamente
occidental. Eso es entrometerse en el destino, que golpea en las
raíces mismas de la existencia humana y puede dejar en libertad una
corriente de sufrimientos que ninguna persona sensata jamás soñó.
Estos sufrimientos corresponden a lo tormentos infernales del estado
Chönyid, descritos en
el texto siguiente:
“Entonces, el Señor de la
Muerte enroscará una soga en tu cuello y te arrastrará; cortará tu
cabeza, extraerá tu corazón, arrancará tus intestinos, chupará tu
cerebro, beberá tu sangre, comerá tu carne, y roerá tus huesos;
mas serás incapaz de morir. Aunque tu cuerpo sea cortado en
pedazos, revivirá nuevamente. El corte reperido causará intenso
dolor y tortura”.
Estas
torturas describen
apropiadamente la naturaleza
real del peligro; es una desintegración de la totalidad del cuerpo
Bárdico, que es una
suerte de 'cuerpo sutil' que constituye la envoltura visible del yo
psíquico en el estado post-mortem.
El equivalente psicológico de este desmembramiento es la
disociación psíquica. En su forma deletérea sería esquizofrenia
(mente escindida). Esta, la más común de todas las enfermedades
mentales, que consiste esencialmente en un marcado descenso
de nivel que, al abolir los
controles normales impuestos por la mente consciente, da un alcance
ilimitado al juego de los 'dominantes' inconscientes.
Luego,
la transición desde el estado Sidpa
hasta el estado Chönyid
es una inversión peligrosa de las aspiraciones e intenciones de la
mente consciente. Es un
sacrificio de la estabilidad del ego y una sumisión a la extrema
incertidumbre de lo que debe parecer un caótico disturbio de formas
fantasmales. Cuando Freud acuñó la frase de que el ego era 'el
verdadero asiento de la ansiedad', expresaba una intuición muy
cierta y profunda. El miedo al auto-sacrificio está en acecho en
todo ego, y este miedo es a menudo sólo la precariamente controlada
demanda de las fuerza inconscientes para estallar con todas sus
fuerzas. Nadie que pugne por la yoidad
(egoísmo)
está libre de este peligro pasaje, pues lo que se teme pertenece
también a la totalidad del yo; al
mundo sub-humano o supra-humano de los 'dominantes' psíquicos de los
que el ego originalmente se emancipó con enorme esfuerzo, y entonces
sólo parcialmente, en pro de una libertad más o menos ilusoria.
Esta liberación es ciertamente una empresa mu necesaria y heroica,
pero no representa nada final; es meramente la creación de un sujeto
que, a fin de hallar cumplimiento, ha de ser confrontado aún por un
objeto. Esro, a
primera vista parecería ser el mundo, que está henchido de
proyecciones con esa finalidad precisamente. Aquí buscamos y
hallamos nuestras dificultades, aquí buscamos y hallamos a nuestro
enemigo, aquí buscamos y hallamos lo que es caro y precioso para
nosotros; y es reconfortante saber que todo el mal y todo el bien han
de encontrarse fuera de allí, en el objeto visible, donde pueden
conquistarse, castigarse, destruirse o disfrutarse. Pero la
naturaleza
misma no permite que este
estado paradisíaco de la inocencia continúe eternamente. Están y
estuvieron siempre los que no pueden dejar de un símbolo, y que éste
refleja realmente algo que yace oculto en el sujeto mismo, en si
propia realidad transubjetiva. Es de esta intuición profunda, según
la doctrina lamaísta, que el estado Chönyid
deriva su significado verdadero y he ahí porqué el Chönyid
Bardo se titula “El Bardo de
la Experiencia de la Realidad”.
La
realidad experimentada en el estado Chönyid,
como lo enseña la última parte del Bardo correspondiente, es la
realidad del pensamiento. Las 'formas del pensamiento' aparecen como
realidades, la fantasía toma una forma real, y empieza el sueño
aterrador evocado por el karma y representado por los 'dominantes'
inconscientes. El primero que aparece (si leemos el texto hacia
atrás) es el omnidestructor Dios de la Muerte, el epitome de todos
los terrores; le siguen la 28 diosas 'sostenedoras del poder' y
siniestras, y las 58 diosas 'bebedoras de sangre'. A pesar de su
aspecto demoníaco, que
aparece como un confuso caos de atributos y monstruosidades
aterradores, es ya discernible cierto orden. Hallamos que hay grupos
de dioses y diosas ordenados según las cuatro direcciones y que se
distinguen por sus típicos colores místicos. Gradualmente resulta
más claro que todas esta deidades están organizadas en mandalas,
círculos, que contienen una cruz de cuatro colores. Los colores
están coordinados con los cuatro aspectos de la sabiduría:
1) blanco = el sendero
luminoso de la sabiduría espejada;
2) amarillo = el sendero
luminoso de la igualdad;
3) rojo = el sendero luminoso
de la sabiduría discriminativa;
4) verde = el sendero luminoso
de la sabiduría omni-realizadora.
En
un nivel superior de intuición, el difunto sabe que todas las formas
reales del pensamiento emanan de él mismo, y que los cuatro senderos
luminosos de la sabiduría que aparecen antes, él son los
resplandores de sus propias facultades psíquicas. Esto nos lleva
directamente a la psicología del mandala lamaísta, que ya hemos
discutido en el libro que preparé con el extinto Richard Wilhelm, El
Secreto de la Flor Dorada.
Continuando con nuestro
ascenso hacia atrás a través de la región del Chönyid Bardo,
llegamos finalmente a la visión de los Cuatro Grandes:
Verde → Amoghasiddhi.
Rojo → Amitabha.
Amarillo → Ratnasambhava.
Blanco → Vajrasattva.
El
ascenso termina con la
refulgente luz del Dharmadhátu,
el Cuerpo Búdico, que brilla en medio del mandala desde corazón de
Vaiochana.
Con
esta visión final cesan las ilusiones kármicas; la consciencia,
apartada de toda forma y de todo apego a los objetos, vuelve al
estado intemporal e incipiente del Dharmakáya.
De esta manera (leyendo hacia atrás) se llega al estado Chikhai,
que apareció en el momento de la muerte.
Pienso
que estás pocas sugerencias para dar al atento lector alguna idea de
la psicología del Bardo Thödol.
El libro describe un modo de iniciación al revés, que, a difeencia
de las expectativas escatológicas del cristianismo, prepara al alma
para un descenso en el ser físico. La mentalidad mundana cabalmente
intelectualista y racionalista del europeo, nos hace aconsejable
invertir la secuencia del Bardo Thödol
y considerarlo como una
relación de las experiencias iniciáticas orientales, aunque uno
está en perfecta liberación, si escoge, de sustituir los símbolos
cristianos con los dioses del Chönyid Bardo.
De cualquier modo, la secuencia de acontecimientos que he descrito
ofrece un estrecho paralelismo con la fenomenología del inconsciente
europeo cuando éste soporta un 'proceso iniciático', es decir,
cuando es analizado. La transformación del inconsciente que ocurre
bajo el análisis lo convierte en el análogo natural de las
ceremonias religiosas iniciáticas que, sin embargo, difieren en
principio del proceso natural en que anticipan el
cuerpo natural de desarrollo y substituyen, por la espontanea
producción de los símbolos, un conjunto deliberadamente elegido de
símbolos prescritos por la tradición. Podemos ver esto en los
Exercitia de Ignacio
de Loyola , o en las meditaciones yóguicas
de los budistas y tantristas.
La
inversión del orden de los capítulos, que
he sugerido aquí como una ayuda para la comprensión, de ningún
modo acuerda con la intención original del Bardo Thödol.
Y el uso psicológico que
hacemos de éste no es sino una intención secundaria, aunque ésta
esté posiblemente sancionada por la costumbre lamaísta. El
propósito real de este libro singular es el intento, que debe
parecer muy extraño al educado europeo del siglo XX, de iluminar a
los difuntos en su viaje a través de la regiones del Bardo.
La Iglesia católica es el único lugar en el mundo del hombre
blanco donde se formuló alguna precisión para las lamas de los
fallecidos. Dentro del campo protestante, con su optimismo de
afirmación mundana, sólo hallamos unos pocos 'círculos de rescate'
del colectivo de médium cuya preocupación principal es hacer tomar
conciencia a los difuntos
sobre el hecho de que están
muertos. Pero, hablando en general, en Occidente no tenemos nada que
de modo alguno sea comparable con el Bardo Thödol,
excepto ciertos escritos
secretos que son inaccesibles para el público más vasto y para el
científico corriente. Según la tradición , el Bardo
Thödol también
parece haber sido incluido entre los libros 'ocultos', como lo aclara
el Dr. Evan-Wentz en su introducción. Como tal, forma un capitulo
especial de la mágica 'cura del alma' que se extiende incluso más
allá de la muerte. Este culto de los muertos se basa racionalmente
en la creencia en la intemporalidad del alma, pero su base irracional
ha de hallarse en la necesidad psicológica de los vivos de hacer
algo por los fallecidos. Esta es una necesidad elemental que
constriñe hasta a los individuos más 'iliminados' cuando se
enfrentan con la muerte de parientes y amigos. He aquí por qué,
con iluminación o no, todavía tenemos toda clase de ceremonias para
los difuntos. Si Lenin debió someterse a que lo embalsamaran y
exhibieran en un suntuoso mausoleo como un Faraón egipcio, podemos
estar cabalmente seguros que
ello no fue porgue sus adherentes creyesen en la resurrección del
cuerpo. Sin embargo, aparte de las misas celebradas por el alma en
la Iglesia católica, las previsiones que tomamos por los difuntos
son rudimentarios y del más bajo nivel, no porque no podamos
convencernos de la inmortalidad del alma, sino porque hemos
racionalizado la antedicha necesidad psicológica de la existencia.
Nos comportamos como si no
tuviéramos esta necesidad, y porque no podemos creer en una vida
después de la muerte, preferimos no hacer nada acerca de eso. Las
personas de mente más simple siguen sus propios sentimientos y, como
en Italia, se construyen monumentos funerarios de horripilante
belleza. Las misas católicas por el alma están en un nivel
considerablemente pro encima de esto, porque tienden expresamente al
bienestar psíquico de los difuntos y no son una mera complacencia de
sentimientos lacrimosos. Pero la aplicación suprema del esfuerzo
espiritual en bien de los difuntos ha de hallarse con seguridad en
las instrucciones del Bardo Thödol. Son tan detalladas y cabalmente
adaptadas a los cambios aparentes de la condición del difunto que
todo lector mentalmente serio deberá preguntarse si estos viejos
lamas sabios no podrían, después de todo, haber atrapado un
vislumbre de la cuarta dimensión y dado un tirón al velo del máximo
de los secretos de la vida.
Si
la verdad está siempre condenada a ser una contrariedad, uno casi se
siente tentado a conocer por lo menos mucha realidad a la visión de
la vida en el Bardo.
De cualquier modo, es inesperadamente original, si no es nada más,
hallar al estado post-mortem,
del que nuestra imaginación religiosa ha formado las más grandiosas
concepciones, pintado con horripilantes colores como un aterrador
estado onírico
de carácter progresivamente degenerado. La visión suprema
no llega al final del Bardo, sino precisamente al comienzo, en el
momento de la muerte; lo que después sucede es un descenso cada vez
más profundo en la ilusión y el oscurecimiento, hasta la última
degradación del nuevo nacimiento físico. El clímax espiritual se
alcanza en el momento en que termina la vida. Por lo tanto, la vida
humana es el vehículo de la suprema perfección que es posible
alcanzar; ella sola genera el karma
que posibilita al difunto habitar en la luz perpetua del Vacío sin
apegarse a objeto alguno, y de esa manera descansar en el eje de la
rueda del renacimiento, liberado de toda ilusión de génesis y
decadencia. La vida en el Bardo no aporta recompensas ni castigos
eternos, sino meramente un descenso en una nueva vida que llevará al
individuo más cerca de su meta final. Pero esta meta escatológica
es la que le lleva al nacimiento como el fruto último y más alto de
los trabajos y aspiraciones de la existencia terrena.
Este criterio no sólo es sublime; es valeroso y heroico.
El
carácter degenerativo de la vida en el Bardo
es corroborado por la literatura espiritualista de Occidente, que una
y otra vez da una repugnante impresión de
la cabal inanidad y banalidad de las comunicaciones del 'mundo de los
espíritus'. La mente científica no vacila en explicar estos
contactos como emanaciiones del inconsciente de los 'médiums' y de
quienes toman parte en la sesión, e incluso en extender esta
explicación a la descripción del Más Allá que da El
Libro Tibetano de los Muertos.
Y es un hecho innegable que todo el libro es creado a partir del
contenido arquetípico del inconsciente. Detrás de esto (y en esto
nuestra razón occidental está mut en lo cierto) no yacen realidades
físicas, sino 'meramente'
la realidad de los hechos psíquicos,
los datos de la experiencia psíquica. Ahora bien, si una cosa es
dad subjetiva
y objetivamente, queda el hecho de que es. El Bardo Thödol
no dice más que esto, pues
sus cinco Dhyáni Buddhas
mismo o son más que datos psíquicos. Eso es precisamente lo que el
difunto ha de reconocer, si no se le aclaró ya durante su vida que
su propio yo psíquico y el dador de todos los datos son uno solo el
mismo. El mundo de los dioses y espíritus es verdaderamente
'nada...salvo' el inconsciente colectivo dentro de mí. Para
invertir la frase de modo que se lea: El inconsciente colectivo es el
mundo de los dioses y espíritus fuera de mí; no se necesita una
acrobacia intelectual, sino toda una vida humana, tal vez incluso
muchas vidas de creciente plenitud.
Nótese que no digo 'de creciente perfección' porque quienes son
'perfectos' realizan por completo otra clase de descubrimientos.
* * *
* * * * * * * * * * * *
El
Bardo Thödol empezó
siendo un libro 'cerrado', y así permaneció, no interesa qué clase
de comentarios se hayan escrito sobe él, pues es un libro que sólo
se llega
al entendimiento espiritual,
y esta es una capacidad con la que ningún hombre nace sino que éste
sólo puede adquirir a través
de preparación especial y de experiencias especial. Es bueno que
existan, para todos los intentos y propósitos, estos libros
'inútiles'. Están dirigidos a esa 'gente rara' que no tiene en
mucha estima los usos, miras y significado de la 'civilización' de
hoy en día.
1.-
A uno de los más cabales
discípulos del Dr. Jung, el Dr. James Kirsch, psicólogo analítico,
de los Angeles, California, quien discutió este comentario
psicológico con el Dr. Jung en Zurich y ayudó en su versión
inglesa, el Editor está reconocido por la importante advertencia
a modo de prefacio, que sigue, dirigida al lector oriental:
“Este libro está dirigido,
en primer lugar, al lector occidental, e intenta describir
importantes experiencias y conceptos orientales en términos
occidentales. El Dr. Jung procura facilitar esta empresa difícil
mediante su comentario psicológico. Por ello, es inevitable que, al
hacerlo, emplee términos que son familiares para la mente occidental
pero que, en algunos casos son objetables para la mente orienta.
“Uno
de estos términos objetables
es 'alma'. Según la creencia budista, el 'alma' es efímera, es una
ilusión y, por tanto, carece de existencia real. El vocablo
germano, 'Seele', como
se lo emplea en la versión original ingesa 'Soul',
aunque comúnmente se lo traduce así 'Seele'
es una voz antigua, sancionada por la tradición germana, y usada por
destacados místicos alemanes como Eckhart y grandes poetas alemanes
como Goethe, para significar la Realidad Última, simbolizada en el
aspecto femenino, o shakti. Aquí, el Dr. Jung la usa poéticamente
con referencia a la 'psique', como la Psique Colectiva. En lenguaje
psicológico representa el Inconsciente Colectivo, como matriz de
todo. Es el seno materno de todo, incluso del Dharmakáya; es el
Dharmakáya mismo.
“En
consecuencia, se invita a los lectores orientales a que dejen de
lado, por ahora, lo que entienden por 'alma',y a que acepten el uso
que el Dr. Jung acuerda a esa palabra, para que puedan seguirle con
una mente abierta dentro de las honduras donde busca construir un
puente desde la Orilla de Oriente hasta la Orilla Occidente, y hablar
de los diversos senderos que conducen hacia la Gran Liberación, la
Una Salus”.
*1.-
Bardo
Thödol
=
La liberación por la audición en los estados intermedios.
*2.-
Bardo
= Estado intermedio, entre dos.
2.- Este párrafo patentiza la
importancia de la interpretación contenida en la nota 1, relativa a
la diferencia en cuanto al significado del término 'soul' (alma) de
la versión inglesa, y del término 'Seele' del original alemán; y,
en esta cuestión, los lectores tal vez se beneficien releyendo la
nota.
*3.-
El
Todo Bueno = Lo universalmente bueno. Nombre dado al buddha
primordial en la tradición de los tantras antiguos.
Dr.Walter Yeeling Evans-Wentz, editor.
Kazi Dawa Samdup, traductor.
Los méritos son ofrecidos a todos los seres para que
alcancen la Iluminación en esta vida.
Qué todos los seres sean felices.
Qué se liberen del sufrimiento.
Qué no se separen nunca de la felicidad.
Qué permanezcan en la gran ecuanimida
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